Tras cincuenta días de uno de los confinamientos de la población más drásticos del mundo, si no el que más, resulta preocupante que sigamos en cifras de alrededor de cuatrocientos muertos diarios por el virus de Wuhan. Naturalmente, somos libres de pensar que sin el confinamiento, los muertos serían muchos más. Pero, ¿esto es así?
Los números, aparentemente, abonan esta idea. El Estado de Alarma se decretó el 14 de marzo, pero como es lógico, sus efectos sobre la mortalidad no fueron inmediatos, pues el deceso de un enfermo de Covid-19 se produce días o incluso semanas después del contagio. La disminución de la mortalidad empieza a notarse a partir del 3 de abril, pues el día antes se alcanza el máximo absoluto de 961 muertos contabilizados en un día, y desde entonces la tendencia ha sido claramente decreciente, como muestra la gráfica de Worldometer. (Todos los datos aquí utilizados proceden de esta fuente, o son elaborados por mí a partir de ella.)
Ahora bien, hay que tener en cuenta que, incluso sin tomar medidas de salud pública contra el virus, el coeficiente de crecimiento de la mortalidad tenderá a disminuir, a partir de un momento dado. Esto es debido a que el virus necesita infectar a personas que sigan haciendo vida normal para contagiar a otras, y estas van escaseando, en un territorio determinado, a medida que más infectados se encuentran demasiado mal para salir de casa, son hospitalizados o mueren. También porque cada vez más personas probablemente se inmunizan, al menos por unos meses. El destino del virus en términos reproductivos, tarde o temprano, es morir de éxito.
Los datos corroboran esta teoría. Del 14 al 15 de marzo, el total de muertos por el coronavirus pasó de 196 a 294. Es decir, creció un 50 % en un día. De mantener este ritmo, en cuestión de semanas habrían muerto millones de personas, al tiempo que el sistema sanitario se habría colapsado por completo. No sucedió esto, sino que del 1 al 2 de abril, justo antes de que se alcanzara el máximo de fallecidos en un día, la tasa de crecimiento había sido del 10 %. Por tanto, podemos decir que en ese período, antes de que el confinamiento pudiera tener efecto en el número de muertes, el porcentaje de crecimiento de la mortalidad disminuyó por sí solo 2,5 puntos diarios, de media.
A partir del 2 de abril, sin embargo, y hasta hoy, el descenso medio de la mortalidad ha sido mucho menos acusado. Del 24 al 25 de abril el número total de muertos pasó oficialmente de 22.524 a 22.902, es decir, creció un 1,7 %. Esto, desde el 10 % que había crecido del 1 al 2 de abril, y aunque permite albergar cierta esperanza, supone una disminución diaria del coeficiente multiplicador de 0,36 puntos, mucho más discreta que la del período anterior, en el que suponemos que aún no pudo tener efecto el confinamiento en la mortalidad.
¿Se hubiera producido esa suavización de la curva de mortalidad incluso sin confinamiento? Es muy difícil saberlo. Los datos nos pueden dar una pista, aunque no una respuesta apodíctica. Desde el 13 de febrero en que se produjo la primera muerte por Covid-19 en España (aunque no se supo hasta principios de marzo) hasta el 14 de marzo en que el gobierno impuso el Estado de Alarma, la mortalidad creció un 19 % diario, de media. Si contamos hasta el 2 de abril (día con mayor número de muertes), el crecimiento fue de un 21 % diario. Esto es lo que creció diariamente la mortalidad desde el primer fallecido hasta los 10.348 de ese día. Desde entonces, en cambio, el crecimiento diario medio ha sido del 3,5 %.
Es difícil no concluir que el confinamiento ha sido útil. Si se hubiera mantenido no digo ya un 20 % de crecimiento diario de la mortalidad, sino el ya apuntado 10 % que creció del 1 al 2 de abril, hoy habría unos 70.000 muertos más.
Pero esto no deja de ser una mera especulación. Lo innegable son las más de 20.000 vidas que se han perdido realmente, y que gran parte de ellas podrían haberse salvado, actuando apenas unos días antes, cuando la curva de la mortalidad era catastrófica. La epidemia tiene un inicio explosivo, y por eso los países que le han hecho frente con más éxito son los que atajaron los contagios desde los primeros casos: controlando las fronteras y aeropuertos, realizando tests masivos, imponiendo cuarentenas a los contagiados o sospechosos de estarlo y prohibiendo eventos multitudinarios, sin necesidad de paralizar casi por completo la actividad económica, como se ha hecho en España.
Si se fracasa en los inicios, aunque el aumento de la mortalidad consiga reducirse, luego cuesta mucho bajar de un número espantoso de muertos diarios, semana tras semana. Y entonces es cuando el confinamiento drástico se hace inevitable, con sus terribles secuelas económicas.