El avance del Barómetro de abril del CIS ofrece ciertos datos sobre adscripción ideológica y recuerdo de voto que llevan a preguntarse si tiene sentido que algunos sigamos calificándonos como liberales, sin más. Pero antes de entrar en el análisis de dichos datos, permítanme un preámbulo.
Que los liberales están divididos es una realidad. Muy resumidamente, hay liberales (liberal-progresistas) que defienden una libertad absoluta con la única limitación del principio de no agresión, mientras que otros liberales (liberal-conservadores) creen que sin ciertas restricciones de origen moral, en ocasiones sancionadas legalmente, la libertad se autodestruye. Como señaló Hayek: “Aunque parezca paradójico, es probable que una próspera sociedad libre sea en gran medida una sociedad de ligaduras tradicionales.”[1] No en vano, este autor, uno de los grandes pensadores y economistas liberales del siglo XX, cita favorablemente, en numerosas ocasiones, a Edmund Burke, a su vez uno de los padres del pensamiento conservador posterior a la Revolución francesa.
Por desgracia, el propio Hayek contribuyó en cierto modo a enredar las cosas con su célebre ensayo “Por qué no soy conservador”[2]. En este escrito, el profesor austriaco trataba de distinguir su posición de otras excesivamente tradicionalistas e irracionalistas, que él denomina, a mi entender de manera poco feliz, como “conservadoras”. Sin embargo, al mismo tiempo reconoce que, aunque toda la vida se ha calificado como liberal, “vengo utilizando tal adjetivo, desde hace algún tiempo, con creciente desconfianza”, precisamente porque cada vez se identifica más dicha palabra con la variante ultrarracionalista que no reconoce ningún papel a la tradición ni a la religión en la preservación de las libertades.
Más aún, Hayek sostiene que los liberales deberían estudiar cuidadosamente los escritos de autores generalmente tildados ya no de conservadores, sino de reaccionarios, como nuestro Donoso Cortés, entre otros. Efectivamente, aunque el español criticó tanto al socialismo como al liberalismo, llegando a oponerse a la libertad de imprenta, algunas de sus tesis fundamentales eran inconfundiblemente liberal-conservadoras. En un discurso pronunciado en el Congreso en 1849, dijo lo siguiente:
“No hay más que dos represiones posibles: una interior y otra exterior, la religiosa y la política. Estas son de tal naturaleza, que cuando el termómetro religioso está subido, el termómetro de la represión [política] está bajo, y cuando el termómetro religioso está bajo, el termómetro político, la represión política, la tiranía, está alta.”[3]
Por supuesto, esta concepción choca frontalmente con la percepción vulgar de que la represión religiosa no hace más que coadyuvar a la represión política, y de que toda represión es mala en sí misma. Seguramente es dicha percepción (que deriva sobre todo de los tres grandes “pensadores de la sospecha”, Marx, Nietzsche y Freud) la que está en el origen de que los liberal-progresistas sean incapaces de comprender el punto de confluencia que indudablemente existe entre un Donoso Cortés, un Burke y un Hayek.
En cualquier caso, si admitimos que el dualismo de concepciones liberal-progresista y liberal-conservadora va a seguir persistiendo, cabe preguntarse, como lo hacía Hayek, si el término liberal (fuera del contexto más estrictamente económico, donde resulta generalmente inequívoco) sigue siendo útil, es decir, si sirve de algo utilizar una etiqueta dentro de la cual caben opiniones absolutamente antitéticas sobre cuestiones como el aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, los vientres de alquiler, etc.
Una forma de acercarnos a la respuesta consistiría en saber qué votan quienes se consideran a sí mismos liberales. En primer lugar, debe reconocerse que las posiciones estrictamente liberal-progresistas y liberal-conservadoras son muy minoritarias. Respecto a las primeras, uno de los pocos partidos, si no el único, que defiende radicalmente la libertad individual es el P-Lib, Partido Libertario. Esta formación, en las últimas elecciones generales, obtuvo menos de tres mil votos, el 0,01 %. En cuanto al liberalismo conservador, la cosa no pinta mucho mejor. El PP se desmarcó explícitamente de cualquier definición ideológica en 2008, cuando Mariano Rajoy invitó a liberales y conservadores a buscarse otros partidos. La única formación española que ha sabido reivindicar los valores conservadores sin caer al mismo tiempo en la tentación del populismo económico (estilo Donald Trump, para entendernos) es Vox. Pues bien, el partido liderado por Santiago Abascal obtuvo el pasado 20 de diciembre menos de 58.000 votos, un 0,23 por ciento.
Por supuesto, los votantes del P-Lib y de Vox no son todos los liberales, porque la mayoría de ellos votan a otros partidos o a ninguno. Aquí es donde resultan muy estimables los datos del CIS, a los que aludía al principio. Según esta encuesta, a la pregunta “¿Cómo se definiría Ud. en política según la siguiente clasificación?” (que incluye términos como conservador, progresista, socialista, etc.), un 12 % de los encuestados elige en primer lugar la etiqueta “liberal”.
Sigue siendo una minoría, desde luego, pero mucho más amplia. En cualquier caso, la cuestión que nos interesa aquí es qué entienden por liberalismo quienes se incluyen en él. Los exiguos resultados del P-Lib y de Vox ya nos indican que la mayoría de “liberales” puede que tengan una idea demasiado amplia (es decir, imprecisa) de lo que es el liberalismo. Esto puede comprobarse en el cruce de datos de adscripción ideológica con el recuerdo de voto de las últimas generales, tal como se muestra en esta tabla del CIS.

Un análisis directo de estos datos permite hacer al menos tres observaciones:
- A pesar de su virtual “expulsión” del partido, un 43 por ciento de los votantes del PP sigue llamándose conservador, y un 11,6 % (prácticamente igual a la media) se define como liberal.
- El partido con mayor porcentaje de “liberales” entre sus votantes es Ciudadanos, con un 22,6 %. Sin embargo, cuenta a la vez con porcentajes altos de “progresistas” (casi el quince por ciento) y “socialdemócratas” (catorce por ciento).
- Partidos de izquierda y extrema izquierda como PSOE, Podemos, sus “confluencias” regionales, IU y ERC cuentan con porcentajes considerables de “liberales” entre sus votantes. En especial, nótese el 13,8 % de votantes de Podemos que se definen como liberales en primer lugar, antes que progresistas, socialistas o comunistas.
Estos datos, por sí mismos, evidencian que no todos los “liberales” comparten la misma idea del liberalismo, desde el momento que unos votan al PP y otros a Podemos. Sería francamente interesante saber con exactitud qué porcentaje de adscritos al liberalismo vota a un partido u otro. Pues bien, esto puede calcularse conociendo el número absoluto de votantes de cada partido y del total de encuestados, dato que aparece en la última fila de la tabla (N). Por ejemplo, el porcentaje de “liberales” que votan al PP sería:
(11,6 X 474)/(12,0 X 2.490) X 100 = 18,4 %
Si consideramos, por simplificar, a PP, C’s y a DL-CDC (antigua Convergència) como partidos “de derechas”, tenemos que un 39 % de los “liberales” los vota. (Como mínimo, pues no sabemos qué distribución derecha/izquierda hay dentro de la columna “Otros partidos”.) Al mismo tiempo -atención a este dato- un 30 % como mínimo de “liberales” vota a partidos de izquierda y extrema izquierda, desde el PSOE hasta En Marea.

Resulta significativo comparar la distribución izquierda/derecha de los “liberales” con otras ideologías, calculadas mediante la misma fórmula. Por ejemplo, los “conservadores” votan en un 77 % a los tres partidos de centroderecha mencionados, frente a un 7 % que se decanta por partidos de izquierda. En cuanto a los “progresistas”, un 23 % parece entender, con su voto, que PP, C’s o DL lo son también, mientras que por lo menos un 54 % se inclina por partidos de izquierdas.
Las conclusiones son evidentes. Lo que un sujeto cualquiera entiende por liberal es tan nebuloso que ni siquiera podemos saber, sin información adicional, si vota a la derecha o a la izquierda. Hay un 18 % de probabilidades de que lo haga por el PP, pero un 15 % de que lo haga por Podemos y sus “confluencias”. Esto ocurre con otras ideologías, pero no de modo tan acusado. Una mayoría abrumadora de “conservadores” vota derecha; una mayoría no tan amplia, pero sí clara, de “progresistas” vota izquierda. Por el contrario, la mayoría de “liberales” se divide de manera bastante equilibrada, sólo ligeramente escorada a la derecha, entre los dos campos del espectro político.
Es cierto que los autodenominados liberales no son todos los liberales. Probablemente la mayoría de “conservadores” defienden con firmeza la propiedad privada y la economía de mercado, y por tanto son liberales en el sentido económico, en mayor o menor grado. Pero el hecho innegable es que cuando el encuestador del CIS les presenta una lista de palabras entre las cuales se incluyen “conservador” y “liberal”, ellos se reconocen en primer lugar en la primera, no en la segunda.
Naturalmente, cada cual es libre de clasificarse como quiera, pero si lo hace como “liberal”, la información que transmite es mucho menor que si lo hace como “conservador” o “progresista”. No sabemos qué piensa en multitud de temas fundamentales, no sabemos si pertenece al 20 % de “liberales” que el 20-D votó a Albert Rivera o al 15 % que votó a Pablo Iglesias.
Decirse “liberal”, sin mayores aclaraciones, es un gesto inútil. Salvo que hablemos en un contexto económico, lo suyo es añadir los términos aclaratorios progresista o conservador, según sea el caso. Esta sigue siendo, guste o no, la división política fundamental de nuestro tiempo.
[1] Friedrich Hayek, Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, Madrid, 1998, p. 93.
[2] Ob. cit., pp. 506 ss.
[3] Obras escogidas de D. Juan Donoso Cortés, Madrid, Apostolado de la Prensa, S. A., 1933, p. 113.