Hace unos días un amigo me envió por WhatsApp el libro de Pedro Sánchez, Manual de resistencia. La verdad es que no pensaba leerlo, pero la curiosidad morbosa por ver si encontraba algún otro gazapo como el de confundir a Fray Luis de León con San Juan de la Cruz me tentó, y al final me lo he embaulado entero; muchos párrafos en diagonal y otros en recto, o como se diga lo que viene siendo el leer de toda la vida.
Siento si les decepciono al decir que no he sabido ver ningún otro error clamoroso, fuera de algunos descuidos léxicos y estilísticos (de estos, muchos: se nota el origen oral). Por ejemplo, cuando habla de la “desidia endémica” de Rajoy. (Endémico es un “mal propio y exclusivo de determinadas localidades o regiones”, según la RAE.) De hecho, incluso el error sobre la atribución de las palabras del gran poeta belmonteño, “decíamos ayer”, ha sido enmendado en la edición digital que me ha llegado a mí.
Por supuesto, hubiera sido mucho más honesto que la coautoría de Irene Lozano se viera reconocida en la cubierta del libro, como por ejemplo sí hace el publicado por Santiago Abascal en 2015, Hay un camino a la derecha (Stella Maris), que se subtitula “Una conversación con Kiko Méndez-Monasterio”. Por cierto, este volumen es mil veces más provechoso y ameno que la egolátrica obra de la que me ocupo aquí.
La mayor parte del libro de Sánchez es un relato de sus peripecias entre 2014 y 2018, hasta que es nombrado presidente del gobierno, con algunas pocas alusiones a vivencias personales anteriores. Como es habitual en estos libros de memorias políticas, básicamente se trata de un ejercicio de autojustificación, por no decir autoglorificación, en el cual prácticamente nadie sale incólume, salvo el protagonista y sus más acérrimos partidarios. Para ser justos, también habla bien de Felipe VI, pero no está claro que eso beneficie demasiado al monarca. En resumen, creo que el libro tiene un interés más psiquiátrico que periodístico o histórico.
Pese a ello, me parecen dignas de comentario algunas reflexiones de carácter ideológico y sobre el problema de Cataluña. Debo reconocer que entre éstas hay algunas consideraciones atinadas sobre la ilegitimidad y las mentiras del separatismo. Con todo, desbarra de manera típica en su análisis de las causas del “procés”, y por tanto en la manera de abordarlo que propone.
Como buen socialista, Sánchez no puede evitar el reduccionismo económico. Al mismo tiempo, se apunta al perezoso análisis en boga que clasifica al separatismo entre los “populismos”, cajón de sastre donde caben los más variados fenómenos políticos, desde Podemos a Trump. “Lo que sucede en Cataluña –afirma – es un movimiento reaccionario que estamos viendo en las democracias occidentales. (…) Tiene que ver con la desigualdad, con una clase media preocupada por su futuro y a la que no se dan seguridades básicas.”
Esto es una chorrada descomunal. Los jubilados con lacito amarillo que inflan las manifestaciones separatistas, o los niñatos encapuchados que aportan el elemento kale borroka, no tienen una preocupación por el futuro mayor que el español medio. No son alemanes de los años veinte desesperados por la hiperinflación; ni siquiera, por lo común, parados o pensionistas de 2019 que sobreviven con seiscientos euros al mes o menos. Conozco a muchos separatistas con una vida mucho más resuelta y acomodada que la mía.
Sánchez asegura que pactó un 155 blando con Rajoy, y se muestra convencido de que fue la mejor opción. Cree que el problema separatista debe resolverse con diálogo y que en definitiva se debe a que “nuestro modelo territorial no ha sido culminado”. Es decir, se trata de insistir y profundizar en el mismo error que cometieron los padres de la Constitución, cuando pensaron que los nacionalistas regionales se contentarían con un alto grado de descentralización.
Tal análisis no es erróneo por casualidad. Es justo el tipo de error que conviene a su ideología socialdemócrata, la cual puede así presentarse como la salvación. Sánchez defiende la vigencia del eje derecha-izquierda (interpretado en sentido economicista) para seguir entendiendo la política actual, y de paso justificar alianzas con la extrema izquierda. Asegura que los grandes problemas a los que nos enfrentamos son la desigualdad, los cambios tecnológicos (robotización, economía colaborativa) y el cambio climático. Y sostiene que la socialdemocracia no está en crisis; lo que está en crisis es el Estado nación, y por tanto la solución pasa por aplicar las fórmulas de izquierdas desde instancias supranacionales como la Unión Europea.
Norberto Bobbio, al que Sánchez menciona de pasada, consideraba la igualdad como la idea clave de la izquierda, pero también decía que la libertad era la idea clave de la derecha. Mi Persona en cambio es más amigo de la falacia del hombre de paja: “no es lo mismo creer que la igualdad es buena para la sociedad, como creemos los socialistas (…), que pensar que un sexo o un grupo social debe detentar privilegios sobre los demás.” ¿Quién diablos piensa hoy lo segundo, fuera de los islamistas? Pero la gran amenaza es la derecha, no vayamos a caer en la islamofobia.
Sánchez reconoce que ni él ni nadie tiene ni remota idea de a dónde nos pueden conducir los cambios tecnológicos; pero da igual, a los políticos les sirven como pretexto para complicarnos la vida, más de lo que ya nos la complican dichos cambios. Un ejemplo se encuentra en cómo se ha tratado de solucionar el conflicto entre los taxistas y los VTC en Cataluña, a diferencia de la Comunidad de Madrid. Y mucho peor es lo que sucede con el cambio climático, un fenómeno que según ciertas teorías tiene su causa en la actividad humana. Elevando tales teorías a dogmas indiscutibles, y sus predicciones hipotéticas a vaticinios sagrados, los “socialistas de todos los partidos”, como decía Hayek, no han hecho más que encarecernos a todos los costes de la energía, mediante los derechos de emisión de CO₂ y las subvenciones a las renovables.
Claro que restringido dentro del marco de los Estados nación, el socialismo no puede complicarnos la existencia todo lo que querría, que parece no tener límites. Por eso Sánchez es partidario de retomar el proyecto constitucionalista europeo para construir una Europa federal, es decir, un megaestado que nos redima de las terribles desigualdades señaladas por los fake papers de Oxfam y salve al planeta del apocalipsis climático que década tras década no deja de posponerse.
Lo que resulta más involuntariamente irónico del libro de Sánchez es su título. Si hay una resistencia necesaria, es la resistencia a las ideas estatalistas e intervencionistas que sostiene Mi Persona, ideas que a fin de cuentas ya conocíamos o imaginábamos antes de leerlo. Pueden ahorrarse perfectamente la tarea, aunque también lo hayan recibido por WhatsApp.