Franquimetría

Uno de los recursos retóricos más perezosos es el basado en hacer de Franco el patrón universal de medida del mal. Aunque es la izquierda quien lo usa de manera sistemática, también cae en él parte de la derecha, por pura negligencia intelectual. La asociación falaz genérica de la que parte ese recurso dialéctico consiste en calificar como ultraderechista cualquier cuestionamiento de los llamados “consensos” que ha establecido la izquierda, y que una parte de la derecha ha terminado asumiendo, con mayor o menor retraso. Ultraderecha, a menudo combinada con la expresión “discurso de odio», alude de manera bastante obvia a los fascismos del siglo pasado, pero se usa jugando con esa connotación para descreditar cualquier idea conservadora o incluso liberal, en sentido de no socialista.

En los últimos años, hay otra comparación que está adquiriendo rango casi oficial. Se nos dice que la llamada “violencia de género” es terrorismo, a pesar de que es obvio que sólo el segundo tiene carácter organizado. Para empezar, el propio concepto de “género” es un procustiano modo de forzar la realidad, porque, salvo en los casos crecientes de violencia importada, la inmensa mayoría de maltratos y asesinatos de mujeres por sus parejas masculinas se debe a factores psicosociales que poco tienen que ver con ninguna concepción ideológica o religiosa que minusvalore a la mujer, como lo evidencia que se reproducen también en parejas homosexuales. Los celos, los conflictos de convivencia, los trastornos psiquiátricos, el alcoholismo, etc., no son rasgos exclusivos del machismo, ni siquiera inherentes.

Clasificar el machismo como terrorismo aparenta mayor aversión hacia él que negar tal conceptualización, como si por ello le restara gravedad moral o lo justificara. Nos movemos en el terreno de las emociones histriónicas, no de los argumentos. Pero más allá de la manipulación cotidiana de cortos vuelos, hay en España una voluntad planificada de la izquierda, desde hace veinte años, de reescribir la historia reciente, de modo que el terrorismo de ETA, asimilado al antifranquismo, sea reemplazado en el imaginario colectivo por el machismo, asociado por supuesto al franquismo y a la derecha en general. Se trata de una inversión de valores que apoyándose en minorías extremistas pretende excluir al menos a la mitad de la sociedad.

Por si esto fuera poco, la propia derecha cae a veces en esta burda trampa. En 1993 el diario conservador ABC tituló en portada, criticando la política lingüística de Jordi Pujol: “Igual que Franco, pero al revés”. Sin embargo, el dictador, más allá de algunos errores y no pocas leyendas, no pretendió desterrar el catalán como tratan de hacer los nacionalistas con el español. No le dio estatuto de cooficialidad, pero digan lo que digan, no aplicó una ingeniería social sistemática como la impuesta por la Generalitat y otras instituciones desde hace cuarenta años para excluir y discriminar a los hispanohablantes con la falacia de la “lengua propia”. Propia, ¿de quién?

También es un lugar común señalar el carácter derechista de Junts y del PNV, haciéndolo extensivo a todo nacionalismo, por definición. Sin embargo, la contrapartida de que la izquierda es por esencia cosmopolita e internacionalista se basa en una idealización ajena a la realidad. Lo cierto es que la izquierda lleva en su ADN la explotación de todo conflicto potencial que le sirva, sea con criterios sociales o identitarios. De lo contrario no se explicaría la existencia de partidos como Bildu, ERC, BNG y otros, por limitarnos a España. En estos días incluso no han faltado quienes comparan a Pedro Sánchez con Franco, por sus maniobras inconstitucionales. Cierta derecha se apunta con pasmosa inconsciencia al juego de culpar de cualquier mal a la herencia franquista.

Hay dos errores en este planteamiento. El primero es estratégico. Si para denunciar actitudes dictatoriales no se nos ocurre otra escala de medida que la mayor o menor similitud con el franquismo, ya hemos renunciado a la batalla cultural antes de librarla. No sólo existen dictaduras de izquierdas que podrían servir como referentes más adecuados para criticar a gobiernos mucho más cercanos ideológicamente, lo cual no se molestan en disimular. El carácter derechista y sobre todo católico del franquismo actuó como un indudable dulcificador de la dictadura, tanto en sus políticas sociales paternalistas como en su carácter represivo, mucho más templado que en los regímenes comunistas de Europa del Este o Cuba. Como se desprende del libro de Miguel Platón La represión de la posguerra (Ed. Actas, 2023), las peticiones de clemencia para presos políticos, procedentes muchas de ellas de autoridades del régimen o instituciones relevantes, muchas de las cuales fueron atendidas (hasta el punto de que se conmutaron cerca de la mitad de penas capitales), serían impensables en regímenes comunistas, donde el sectarismo ideológico no se ve compensado por ninguna consideración jurídica, religiosa o siquiera humanitaria, que en todo caso se interpretaría como formalismo “burgués” o una desafección al ateísmo de Estado.

El segundo error, más profundo, nace de ignorar que en esencia el régimen de Franco era mucho menos intervencionista, incluso me atrevo a decir menos totalitario, que la izquierda actual. Totalitarismo y dictadura no son términos sinónimos. Si bien el primero tiende inevitablemente a la segunda, puede existir un totalitarismo demoliberal, como ha mostrado Ryszard Legutko (Los demonios de la democracia, Ed. Encuentro, 2020), el cual trata de transformar la sociedad en base a ensoñaciones ideológicas que por su carácter cambiante son instrumentos inmejorables al servicio del poder político arbitrario. El filósofo del derecho Francisco José Contreras ha hablado de “totalitarismo blando”, el cual si bien no envía a los disidentes a campos de concentración, los destruye civilmente, de modo que “se va configurando una ideología oficial que es impuesta a la sociedad por numerosos canales: escuela, Universidad, medios de comunicación, plataformas de las Big Tech, … («capitalismo woke»), cine, leyes ideológicas…” (F. J. Contreras, Contra el totalitarismo blando, Libros Libres, 2022.)

Asimismo, puede existir una dictadura no totalitaria, como de hecho era la franquista, que prohibía los partidos políticos y restringía ciertos derechos individuales, pero que de facto concedía amplias libertades y no oprimía a los ciudadanos con impuestos confiscatorios ni intrincadas regulaciones. Desde luego, muchas menos que las que padecemos hoy, en gran medida dictadas desde Bruselas. No por eso quiere nadie resucitar a Franco, salvo la izquierda que necesita matarlo todos los días, a falta de argumentos mejores. Y cierta derecha estólidamente oportunista que le tira piedrecitas, creyendo candorosamente que así le será permitido compartir algunas parcelas de poder, o al menos vegetar a su sombra.

Un comentario sobre “Franquimetría

  1. Como dice el chiste: con Franco no te podías reir ni de Franco, ni de la Iglesia ni de la guardia civil. Ahora solo te puedes reir de Franco, de la Iglesia y de la guardia civil.

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