Vox presentó su programa político en Madrid, en una reunión de fin de semana con sus militantes, trufada de actividades que algunos compararon con una feria, aludiendo quizás involuntariamente a la novela de Ana Iris Simón titulada así, Feria. Me hubiera gustado asistir al evento, pero circunstancias personales me lo impidieron. Lo que sí he hecho es leer el programa de Vox, titulado Agenda España. No hace falta decir que, aparte de su mucha mayor brevedad, se trata de un texto muy diferente de la novela de Simón. Sin embargo, tienen algo en común. Ambos son una reacción contra cierta concepción del progreso que nos han vendido; y voy a dejarlo aquí, para no alargarme. Me centraré sólo en el programa político.
Por supuesto, Vox ya contaba antes con un programa, llamado “100 medidas urgentes para España”. Pero aunque en lo esencial las ideas y propuestas del partido liderado por Santiago Abascal siguen siendo las mismas, el nuevo texto programático de algún modo formaliza algo que ya era evidente desde hace tiempo: que Vox es mucho más que una mera escisión del Partido Popular. El título “100 medidas” era muy típico del PP, muy de gestor que se expresa en términos cuantificables. El problema de concebir la política como una mera labor de gestión es que la izquierda utilizará tus servicios sin agradecértelo.
Aznar preservó la ley del aborto y reeditó los pactos con los nacionalistas. Nunca pretendió borrar o al menos corregir el felipismo. Zapatero se lo pagó asediando las sedes del PP tras los atentados de Atocha y destruyendo toda su obra contra la organización terrorista ETA, a la cual le ofreció su supervivencia política a cambio de abandonar una actividad criminal que apenas estaba en condiciones de mantener. Si quieren les recuerdo lo que pasó luego con Rajoy y Sánchez, pero creo que no es necesario. El PP presume mucho de su gestión, pero luego el PSOE se encarga de que no quede de ella ni las raspas. Este es el resumen de los últimos 25 años.
Vox surgió como una reacción contra la concepción de la política como modosa gestión de las “conquistas” de la izquierda. Vox ha nacido para derrotar al PSOE, no para ser su partido suplente. Su enemigo, aunque algunos no puedan o no quieran entenderlo, no es el PP, sino el Partido Socialista, el que más daño ha hecho a España, y cuyo pasado criminal y golpista, durante la República y la Guerra Civil, Vox no deja de recordarle en sede parlamentaria y en toda ocasión que se preste.
Aquí es donde la Agenda España da en el clavo, al proponer toda una enmienda al paradigma del progresismo global expresado por la Agenda 2030, la resolución de la ONU (aprobada el 25 de septiembre de 2015) que el gobierno de coalición socialcomunista ha hecho suya, encargando de su implementación a la ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030 Ione Belarra, secretaria general de Podemos. Porque, ¿saben quién es el Secretario de Estado para la Agenda 2030? Enrique Santiago, secretario general del Partido Comunista de España y abogado de las FARC en las negociaciones con el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos. La Agenda 2030 y el regreso del PSOE a su pasado más radical desde la Guerra Civil son una y la misma cosa.
No se vayan a creer que la dichosa agenda onusina es algo así como el Manifiesto Comunista. Se trata de un aburrido ejercicio de verborrea político-burocrática de 40 páginas, que se resume en una enumeración de buenos deseos, como son acabar con el hambre en el mundo, con la violencia, la contaminación, etc., entre los cuales se deslizan algunas pretensiones menos inocentes, aunque siempre en lenguaje eufemístico. Así, cuando habla de facilitar el acceso a “los servicios de salud sexual y reproductiva”, se está refiriendo a fomentar el aborto. Y cuando declara que se respeta la soberanía de cada país, “pero siempre de manera compatible con las normas y compromisos internacionales pertinentes”, está diciendo que no hay alternativa a la Agenda 2030, a la que más de una vez califica como “universal” e “indivisible”, o sea, obligatoria para todo el mundo y no modificable. No vale tomar de la Agenda 2030 lo que a cada cual le parezca aprovechable: hay que quedarse con el paquete completo, y sus contenidos deben formar parte de la enseñanza obligatoria.
Después de todo, tras las innegables diferencias, sí existe algo en común con el Manifiesto Comunista: ambos se arrogan el derecho de transformar el mundo, sin tener en cuenta a quienes puedan tener otras ideas sobre el tema. Ambos dicen hablar en nombre de otros (el proletariado, los pueblos, las mujeres) pero encargan de la tarea transformadora a una minoría dirigente, no elegida por quienes dicen representar, y prácticamente incuestionable. Más allá de los contenidos concretos, que podríamos analizar con detalle, comparándolos con la Agenda España, el documento de la ONU es una pura y simple imposición, mientras que el de Vox nace como una propuesta democrática, que los españoles decidirán si votan o no.
Hay tres palabras cuyas frecuencias pueden servir para calibrar el abismo entre las dos agendas. La primera es patria, que como pueden imaginar no aparece una sola vez en la Agenda 2030, mientras que en la Agenda España (46 páginas, aunque aproximadamente la mitad de palabras que el farragoso texto de la ONU) se halla cuatro veces, sin contar el término patriotismo. No hay lugar para las patrias en el mundo del globalismo progresista, porque ellas representan obstáculos a sus planes “universales” e “indivisibles”, por no decir totalitarios.
La segunda palabra es familia, que se cita en cinco ocasiones en el texto de la ONU, frente a 30 en el programa de Vox. En el primer documento, dos de las cinco veces forma parte de la expresión “planificación familiar”. Ni una sola vez habla la Agenda 2030 de la natalidad, cuyo descenso por debajo del nivel de reemplazo generacional es el mayor problema de España y casi todo el mundo desarrollado, a medio plazo; por el contrario, implícitamente defiende las prácticas abortistas y anticonceptivas, al tiempo que se preocupa mucho por la preservación de la biodiversidad animal y vegetal.
Por último, la tercera palabra cuyas respectivas frecuencias son significativas es libertad. Entre las 19.000 y pico palabras de la Agenda 2030 aparece solo tres veces, dos de ellas dentro de la vaga expresión “libertades fundamentales”, y una con un significado más ambiguo, por no decir misterioso, en las primeras líneas, donde dice que la Agenda “tiene por objeto fortalecer la paz universal dentro de un concepto más amplio de la libertad”. No sea que China o las teocracias islámicas se molesten. Por el contrario, la Agenda de Vox, el “partido ultraderechista” según gran parte de la prensa, cita 27 veces la palabra libertad, la mayoría de ellas refiriéndose a libertades bien concretas, como la de expresión, educación, de conciencia, de cátedra, etc. y en contraposición con el totalitarismo. Esta es la clave: si queremos ser libres, dueños de nuestro destino y fieles a nuestras raíces, o si por el contrario estamos dispuestos a que una élite progresista sin religión ni patria nos dicte cómo debemos pensar, sentir, opinar y actuar. Parece un fácil dilema, pero el problema es que no todo el mundo lo tiene claro.