El error de Juan Manuel de Prada

Juan Manuel de Prada goza de la irritante capacidad de proclamar grandes verdades, nacidas de su fe católica, ligándolas a una tesis obsesivamente simple que no hace más que arruinar casi todos sus artículos.

El último que he podido leer del novelista, titulado “Ultraderecha”, es un buen ejemplo de ello. Denuncia su autor, con toda razón, el discurso de quienes nos previenen reiteradamente contra la “ultraderecha”, mientras nos imponen un totalitarismo destructor de la familia y del asociacionismo civil, endulzado con el señuelo de “los derechos de bragueta”.

Pero J. M. de Prada no se limita a enunciar esta perversa estrategia, sino que identifica a su sujeto con el “mercado global”, que define como “el sometimiento de las economías nacionales al Dinero apátrida, los fondos de inversión y los valores bursátiles especulativos.”

Lo que caracteriza a las teorías conspirativas no es que sostengan la existencia de conspiraciones, pues es evidente que estas han existido y existirán, sino que todo lo explican por la acción de fuerzas en última instancia materiales. Se pueden denominar de distinto modo: la burguesía internacional, Wall Street o el judaísmo, pero en esencia se trata del poder del dinero, convertido en motor del mundo y culpable de todos los males, desde la pobreza de África y las guerras hasta los relativamente bajos sueldos de los repartidores de comida a domicilio.

Discrepo de raíz de semejante concepción. Creo firmemente que lo que mueve el mundo no es ninguna fuerza material, sino la opinión. Como decía Ortega en su libro más célebre, La rebelión de las masas: “El mando es el ejercicio normal de la autoridad. El cual se funda siempre en la opinión pública, hoy como hace diez mil años, entre los ingleses como entre los botocudos. Jamás ha mandado nadie en la tierra nutriendo su mando esencialmente de otra cosa que de la opinión pública.” Y para más precisión añadía unos párrafos después: “mando significa prepotencia de una opinión; por tanto, de un espíritu; (…) mando no es, a la postre, otra cosa que poder espiritual.”

Hay sin duda una parte de verdad en la tesis de Prada, aunque muy mal comprendida. El dinero está dispuesto a cambiar de principios, a lo Groucho Marx, a gusto del consumidor, o del grupo de presión que meta suficiente ruido, como hacen Disney o Google cuando se rinden a la mafia del género. Pero la cuestión aquí es: ¿quién utiliza realmente a quién?

En la imaginación popular, así como en el marxismo (¡y en los discursos de ultraderecha que pululan en las redes sociales!) el dinero se percibe como todopoderoso, por su capacidad de comprarlo todo, incluido el poder. Pero en realidad, el poder político es una de las pocas cosas que no se puede comprar con dinero, precisamente porque depende de algo tan poco físico como la opinión, esas ideas y creencias que libran combate incansable en nuestras almas. Lo único que las grandes corporaciones y las clases acaudaladas pueden conseguir es pagar el correspondiente peaje o mordida para que los gobiernos no las molesten durante un tiempo.

Los comunistas explicaban la aparición del fascismo y el nazismo como un mecanismo defensivo del capitalismo para frenar al comunismo, teoría que ilustraban con las donaciones de industriales alemanes a Hitler. No puede decirse que la jugada les saliera redonda: en poco más de una década, Alemania estaba literalmente arrasada, marco poco idóneo para los negocios. Probablemente, esos industriales se limitaron a elegir entre susto y muerte, prueba de que no eran tan poderosos como para evitar ambos a la vez.

El propio J. M. de Prada parece tener una explicación distinta de lo que es el fascismo, que caracteriza sumariamente no en el sentido economicista propio del marxismo, sino como una concepción totalizadora, deudora de la filosofía de Hegel. Es decir, como un movimiento intelectual. Con ello creo que está mucho más cerca de la verdad, aunque sea de modo preliminar, que con su explicación del actual totalitarismo blando basado en “la exaltación de la sexualidad plurimorfa”, que en esencia reduce a una mera táctica para engrosar los beneficios de la empresas que cotizan en Bolsa.

Qué duda cabe que hay un tipo de liberalismo economicista, y que no casualmente suele colaborar con el progresismo global en la defensa del aborto, la eutanasia y el reemplazo migratorio, como si fueran los necesarios corolarios de la libertad. Pero lo que se evidencia aquí es la adoración al falso dios del dinero (al que llamarán prosperidad o bienestar), un ídolo que no tiene más poder real que el que le atribuyen sus adoradores.

Atacar a los ídolos, como si les reconociéramos autonomía, en lugar de atacar a la falsa idea que los hombres se hacen de ellos, no es más que otra forma de caer en la idolatría. Por eso, ciertas frases de Prada sobre los poderes económicos y los mercados, sacadas de contexto, encajarían perfectamente en un discurso de Podemos. En ambos casos se incurre en el mismo error materialista.

Desgraciadamente, no es un error que cometa sólo Juan Manuel de Prada, sino que lo descubrimos con pesar en declaraciones y textos que emanan de la máxima autoridad vaticana. La misma visión materialista, y por tanto idolátrica, subyace en documentos o comentarios informales del papa Francisco, en los que analiza mediante factores exclusivamente económicos los conflictos bélicos, la pobreza y los movimientos migratorios.

El problema de ver sólo causas económicas es que las soluciones acaban siendo también de naturaleza básicamente económica. Y eso desde luego no tiene nada que ver con el Evangelio.

3 comentarios sobre “El error de Juan Manuel de Prada

  1. Las ideas mueven el mundo, pero creo que es muy difícil que alguien (persona o colectivo) pueda imponer sus ideas a la sociedad si no dispone previamente de la fuerza material que da el poder económico o el poder político; puesto que las instituciones en las que se imponen las ideologías, o bien están bajo el poder del Estado (como la educación, los medios de comunicación públicos y las leyes, por ejemplo), o requieren de grandes inversiones económicas (cine, editoriales, publicidad, sitios web, etc.)

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    1. Pero ¿no te has preguntado por qué las personas obedecen a esas instituciones? ¿Por qué los soldados obedecen a sus mandos, cuando son muy superiores en número? Te recomiendo un libro: Sobre el poder, de Bertrand de Jouvenel, donde desarrolla las reflexiones que aquí no hago más que apuntar.

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