Cuatro Europas

Ahora que los británicos han dicho adiós a Europa, es un buen momento para reflexionar sobre qué queremos que sea Europa.

Hay una Europa del espíritu, anterior a todas, que es la Europa de Dante, Tomás de Aquino, Montaigne, Cervantes, Shakespeare, Leonardo, Newton, Beethoven, Gaudí, Juan Pablo II… La Europa del cristianismo, la ciencia, la música clásica, la libertad y creatividad individuales. (También de las guerras y las dictaduras, pero en eso no se distingue de ninguna otra civilización, salvo por sus medios técnicos de destrucción.)

Hay además una Europa del mercado y el derecho, que se ha fraguado desde la Edad Media a pesar de guerras, revoluciones y más guerras. La Europa de la libertad económica, el gobierno limitado y los presupuestos públicos equilibrados, que tras la última guerra ha permitido prosperar a la inmensa mayor parte de su población en paz y libertad.

Hay también una tercera Europa de la burocracia, mucho más reciente, que multiplica cada año las regulaciones, crea dinero de la nada, reparte subvenciones ingentes a minorías bien organizadas y amenaza a Polonia y a Hungría porque sus gobiernos no se pliegan a la ideología de género.

Por último, se echa de menos una Europa de la unión militar, una alianza europea capaz de defender de cualquier agresión a cada uno de sus Estados miembros, que adopte una política exterior común propia y, en suma, que no tenga necesidad de la protección del amigo estadounidense, el cual empieza a dar síntomas de estar cansado del poco agradecido cargo de gendarme global.

De estas cuatro Europas nos sobra la tercera, la Europa de la burocracia. Pero las otras tres no pueden sobrevivir cada una por sí sola. No puede ser sólo un mercado, sin identidad. Y viceversa: aunque la Europa de Goethe y de Verdi sea excelente, sin la competitividad económica, sin el poder militar y, sobre todo, sin la reactivación de la natalidad (cosas que andan sutilmente unidas, por lazos tanto materiales como espirituales) se halla condenada a convertirse en un geriátrico museizado para turistas americanos y chinos, en el mejor de los casos. O a ser triturada por el islam, en la peor de nuestras pesadillas. Quizás en una mezcla de ambas cosas.

No en vano, lo peor de la tercera Europa consiste en que trabaja contra las otras tres: socava día a día sus raíces cristianas y nacionales, embota el crecimiento económico y demográfico, respira pacifismo y antimilitarismo suicidas.

Los motivos por los cuales los ciudadanos del Reino Unido han querido salirse de la Unión Europea no son totalmente puros. Ha habido su buena ración de demagogia y nacionalismo barato. Pero no hay duda de que la aversión a la Europa burocrática ha vertebrado la campaña del Brexit. Los británicos le han dirigido una soberana peineta a la arrogante y políticamente correcta élite de Bruselas, aunque el problema no se encuentre sólo en esta, sino también en las élites de Berlín, París y la mayoría de capitales europeas.

En las últimas horas se está repitiendo la temeraria expresión de “los Estados Unidos de Europa”, pese a que la civilización del Viejo Continente no tiene nada que ver, por su origen, con unas colonias establecidas hace cuatrocientos años al otro lado del Atlántico. Europa no es una nación, y no hay precedentes históricos ni indicios palpables para pensar que una veintena o treintena de naciones se fundirán algún día en una sola, ni que una suerte de megaestado, a diferencia de una confederación o alianza de Estados, tenga que ser necesariamente lo mejor para sus habitantes.

Las consecuencias del Brexit, a corto y medio plazo, acaso sean traumáticas; pero a la larga, lo crucial es saber si los que nos quedamos en la Unión aprenderemos la lección, o nos empeñaremos en seguir reforzando un Leviatán burocrático que es ajeno a la cultura europea más auténtica.

 

Un comentario sobre “Cuatro Europas

  1. Creo que lo de la burocracia de la UE es un lugar común muy socorrido para los euroescépticos y que pocos se han parado a verificar hasta qué punto es cierto. La gran mayoría de la normativa europea tiene como objetivo la liberalización de este o aquel mercado para eliminar barreras e intentar crear un auténtico mercado europeo, todavía tan obstaculizado tanto por barreras legales (y burocracias nacionales) como barreras culturales y nacionalistas invisibles.

    Otra cosa es la complejidad de la toma de decisiones en un entorno tan heterogéneo y con tantas «velocidades». Ahí sí que hay mucha burocracia y larguísimos procesos hasta que se logra el consenso, si es que se logra. Pero nuevamente, las distintas velocidades y grados de suscripción a los tratados es una consecuencia del intento por contentar a todos sin que nadie se quede fuera. Y sobre la complejidad en la toma de decisiones, la alternativa es un parlamento soberano y una Comisión Europea más ejecutiva que es precisamente lo que no quieren los escépticos.

    En fin. Comparto con el autor del blog el reconocimiento de que Europa es una civilización basada en el derecho romano, el cristianismo y el pensamiento griego (no lo ha dicho explícitamente, pero me aventuro a suponer que piensa así) y que esta civilización existe independientemente del éxito o no de la UE, y que sería una buena cosa que a UE tuviese claro los fundamentos sobre los que se construye, aunque ahí soy escéptico porque la corriente de pensamiento de nuestros tiempos va en sentido contrario.

    Peor en todo caso, el problema no es tanto el tan manido y supuesto exceso de burocracia como el saber qué es lo que queremos hacer y si esta idea tiene cabida en nuestros días. Tal vez sea ya un poco tarde para intentar formar una Unión Europea en condiciones.

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