El imperio de la mentira

Han transcurrido treinta y cinco años desde aquella memorable sentencia con la que el gran Jean-François Revel arrancó su obra El conocimiento inútil: “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira.”

Quien no haya leído ese libro, recientemente reeditado en España, podría pensar que se trata de una afirmación propia de un pesimismo ciclotímico. Tras la lectura de sus cerca de quinientas páginas, densas en datos y referencias, esa sensación se transmuta en desolada certidumbre. Publicado muy poco antes de la caída del Muro de Berlín, un tercio largo de siglo después, la mentira sistemática y organizada no sólo no ha remitido, sino que ha cobrado un abrumador protagonismo, que no es posible pasar por alto en ningún análisis mínimamente honesto.

Una fácil explicación del fenómeno de la mentira masiva pasa por culpar a internet, como mero factor potenciador de los bulos (fake news), así de su producción como de su difusión. Algo que siempre habría estado ahí, ahora simplemente se vería multiplicado por la tecnología. Pero esta explicación, sin negar la trivial parte de verdad que encierra, suele ser empleada por quienes deploran menos la mentira que perder el monopolio de ella. Hoy las patrañas hegemónicas, las de mayor influencia, no son producidas en las redes sociales, sino en los medios del periodismo profesional. Incluso tiendo a pensar -valga de momento como hipótesis- que el carácter inherentemente democrático de las redes, al poner la capacidad de colgar un vídeo al alcance de cualquiera sin pagar más que su tarifa de fibra óptica o de datos, ha hecho del periodismo, como modo de ganarse la vida, más dependiente financieramente de gobiernos y grandes corporaciones que de un público que en parte lo ha dejado de lado, al menos como fuente principal de información. Este proceso además se realimentaría. Al convertirse los medios profesionales en transmisores de la ideología oficial, y no en informadores objetivos que tratan al público como adulto capaz de sacar sus propias conclusiones, la desconfianza hacia el periodismo no ha hecho sino verse más justificada. Los disturbios en Dublín parece que nacen, más allá de los hechos concretos, de un hartazgo de la población ante el ocultamiento oficial de los problemas del muticulturalismo.

Porque la mentira consiste no sólo en afirmar algo falso o inventado sino también en ocultar la verdad. En lenguaje coloquial se dice que alguien engaña a su pareja cuando mantiene una relación en secreto con una tercera persona, aunque en ningún momento lo haya negado, al no habérselo preguntado abiertamente. En este mismo sentido podemos decir que los medios engañan masivamente al público. No sólo mienten propagando noticias falsas (desde los terroristas suicidas con varias capas de calzonzillos del 11-M hasta el imaginario atraco a una joyería en el atentado contra Vidal-Quadras), sino que le ocultan datos concretos y sobre todo acontecimientos y procesos de gran magnitud que no encajan con las premisas ideológicas que se trata de inculcar a la población, tal como son promovidas por instituciones supranacionales, gobiernos, grandes corporaciones y organizaciones activistas a menudo disfrazadas de filantrópicas o humanitarias.

Esta ocultación no necesariamente tiene que ser absoluta: basta con que el periodismo profesional se concentre de manera insistente y reiterativa en unos pocos temas (el cambio climático, el machismo, el racismo, etc.) para eclipsar o minusvalorar otros de naturaleza mucho más grave, por no decir simplemente real: el suicidio demográfico y la destrucción gradual de las libertades por la acción interna del globalprogresismo, aliado objetivamente con el islamismo, el autoritarismo ruso y el totalitarismo chino. En España, estas amenazas se ven además agravadas por el pacto del PSOE, desde 2004, con fuerzas que aspiran a destruirla o trasladar a nuestro suelo el despotismo de las izquierdas iberoamericanas. Quienes critican la amnistía (por ahora, mientras haya que canalizar la indignación popular) pero han aceptado en esencia el relato de la derrota de ETA, cuya rama política es uno de los apoyos esenciales del gobierno, son meros colaboradores de la mentira oficial, la disidencia controlada que necesita todo régimen totalitario, hacia el cual nos dirigimos. Por eso reaccionan, unos y otros, con tanta virulencia frente a quienes osan decir las verdades prohibidas, sean Javier Milei en Argentina o Santiago Abascal en España.

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