Permítanme examinar críticamente tres ideas que estos días nos están martilleando la tertuliocracia y sus jaurías en redes sociales, en relación con la epidemia que estamos sufriendo:
La primera, que gran culpa de la situación en que nos encontramos se debe a las imprudentes manifestaciones del día 8 de marzo por el Día de Odio al Patriarcado (llamado Día de la Mujer por los que no se enteran de nada, o lo fingen por bienquedismo) y a otras reuniones multitudinarias como por ejemplo la de Vox en Vistalegre. ¡Sobre todo no olviden Vistalegre! –les encanta remachar a los tertulianos más o menos afines al PP y al extremocentrismo.
Sin duda, la no suspensión de las manifestaciones del 8 de marzo constituyó una negligencia criminal; y la asamblea de Vox (aunque no comparable cuantitativamente) fue un grave error, que Santiago Abascal ha sido el primero en reconocer. Hasta aquí la media verdad. Pero lo cierto es que ya deberían haberse tomado medidas drásticas semanas antes, empezando por controles fronterizos de todas las personas procedentes de China e Italia, entre otros países. Es de justicia señalar que Vox (de la mano, entre otros, de su diputado Juan Luis Steegman, doctor en medicina) fue quien presentó los días 11 y 25 de febrero en el Congreso (ahora secuestrado por el gobierno socialcomunista con el pretexto del Estado de Alarma) dos PNL para establecer dichos controles.
Por el contrario, la posición del gobierno y su coro mediático se sintetiza en la que expresó Sánchez en su cuenta de Twitter: “Las personas no son un virus, la xenofobia sí.” Cursilería progre contra la peor epidemia global que recordamos, fuera de los libros de historia. ¿Qué podía salir mal? ¡En fecha tan reciente como el 26 de febrero, el Ministerio de Sanidad todavía recomendaba que “al llegar de una zona de riesgo puedes hacer vida normal”! ¿Hace falta recordar también que la propia OMS (el papelón de los tinglados supranacionales ha sido –está siendo– apoteósico) reprochaba a Estados Unidos el cierre selectivo de sus fronteras?
Resumiendo, a quienes apuntan al despropósito del 8 de marzo yo respondo: sí, es cierto que aquel aquelarre alentado por el gobierno y el feminismo profesional contribuyó a que aumentaran significativamente los contagios. Pero estos ya se habían disparado antes, concretamente desde el 24 de febrero, como lo demuestra la curva logarítmica, que es la que mide el ritmo al que aumenta una variable.
La segunda idea a rebatir es que esta crisis nos debe enseñar a valorar aún más, si cabe, la Sanidad pública. Y la tercera, estrechamente relacionada con la anterior, es que España goza del mejor sistema sanitario del mundo. Ambas, y especialmente la última, han sido cruelmente refutadas por la epidemia del Covid-19, aunque ya antes existían datos suficientes para ponerlas en cuestión.
No me entretendré en el debate Sanidad pública versus privada, ideológicamente embarrado e intransitable, porque ambas son importantes en cualquier país desarrollado. Baste observar que si no fuera por la casi cuarta parte de españoles que tienen contratado algún tipo de seguro médico, las listas de espera del sistema público de salud serían aún mayores. Así que voy a la aserción tan repetida según la cual España poseería un sistema de Salud envidiado por todo el mundo. Lamentablemente, no es verdad, y ya es hora de que salgamos de esta injustificada autocomplacencia, que nos impide mejorar todo lo que es mejorable, empezando por la ineficacia de tener 17 sistemas sanitarios, compitiendo entre sí por razones políticas y no por una búsqueda de la excelencia. Lo que aquí aporto no debe interpretarse en desdoro de nuestros profesionales sanitarios, sino que por el contrario realza su meritoria entrega, pese a la escasez de medios de que disponen y los defectos del sistema.
Un sistema de salud es algo más que los hospitales y los médicos, es toda la organización sociopolítica que lo hace eficaz. Y en esto, hay dos países que están fracasado estrepitosamente en su gestión de la epidemia del Covid-19: Italia y España. Los datos que manejo sobre muertes por el coronavirus están actualizados a las 9 AM del 21 de marzo. Me he basado en las muertes y no en los contagios porque es sabido que, al menos en España, las autoridades huyen de realizar pruebas del SARS-CoV-2, más o menos como los curas posconciliares huyen de tomar confesión a sus feligreses. Naturalmente, las cifras de mortalidad de otros países pueden aún empeorar bastante, dado el carácter exponencial de la curva de contagios, por lo que estoy dispuesto a revisar mis afirmaciones si en los próximos días los datos obligan a ello. Pero por ahora, las conclusiones extraíbles de ellos son claras y contundentes.
Según el Euro Health Consumer Index (EHCI) de 2018, un índice elaborado periódicamente por una organización independiente, que tiene en cuenta diversos parámetros médicos y sociológicos, la calidad de los sistemas sanitarios de España e Italia se sitúa en los puestos 19 y 20, respectivamente, de una lista de 35 países europeos. Es decir, que de mejores del mundo, nada de nada. En Europa ocupamos una posición más bien mediocre. La lista de EHCI la encabezan Suiza, Holanda, Noruega y Dinamarca, y sitúa por delante de nosotros a Francia, Alemania, Portugal y Reino Unido, entre otros.
Ahora bien, si a esto unimos los datos de defunciones por Covid-19, el resultado es demoledor. Sólo las muertes contabilizadas en España superan a la suma de los 18 países que están por delante de nosotros en el EHCI. Más exactamente, mientras estos en su conjunto registran una media de 0,29 muertes por 100.000 habitantes a causa del coronavirus, en España alcanzamos las 2,34. ¡Ocho veces más! El caso de Italia es aún peor: con 6,67 muertes por cada 100.000 habitantes, casi triplica la fatal estadística española.
Insisto en admitir que en los próximas días podría haber otros países en los que la situación se agravara mucho, pero el hecho incontestable es que España, tanto en cifras absolutas como relativas, se encuentra mucho peor que el resto de países europeos, excepto la desdichada Italia. Aunque vamos por el mismo camino que ésta, me temo. Es innegable que estamos haciendo algo muy mal. Y también me parece difícil de negar que este desastre (no hablemos ya de sus pavorosas consecuencias económicas) no puede atribuirse sólo a defectos o vicios inherentes a nuestro sistema sanitario, sino a la incompetencia del gobierno sectariamente izquierdista que padecemos, más bregado en la lucha contra los fantasmas del machismo o la emergencia climática que contra enemigos reales y verdaderamente preocupantes como la epidemia originada en China.
Reblogueó esto en The Bosch's Blog.
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No será que se contabilizan como miertes por Coronavirus otras producidas por patologías más graves anteriores?
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Sin duda, la mayoría de muertes por Covid-19 están relaciondas con patologías previas, pero no por eso la causa deja de ser la infección vírica. Hay personas diabéticas que mueren debido a una infección que en una persona sana probablemente no se habría complicado, pero en el parte de defunción no se indica «diabetes», sino la causa eficiente de la muerte. Y aquí igual. Cada año mueren ancianos por neumonías hospitalarias. Claro que la vejez, con sus achaques, es un factor de peso en su muerte, pero no decimos que han muerto simplemente «de viejos», cuando con suerte podían haber sobrevivido unos años más.
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